martes, 29 de junio de 2010

LUTERO Y LA SANTA CENA (PARTE I)

¿Cómo recuerdas a Martín Lutero? ¿Qué significa para ti? Para los católicos romanos fue un hereje y un traidor, pero para la gran mayoría de los evengélicos representa la reforma y regreso de la iglesia a los principios más fundamentales del evangelio. Ningún evangélico jamás ha dicho que Lutero fuera un hereje o un ignorante de la Escrituras, por su sufrido valor a favor de la verdad y su profundo conocimiento de la Biblia (la cual tradujo al alemán), le ha ganado el respeto de todo el cristianismo.
No obstante Martín Lutero no alcanzó a restaurar todas las verdades bíblicas. La iglesia estatal, el bautismo de infantes, el sacerdocio de todos los creyentes e incluso la mariología, fueron temas en los que Lutero no quiso profundizar más. Pero es el tema de la mesa del Señor el que necesitamos abordar ahora y en el que creemos que Lutero sí profundizó. Al día de hoy no muchos concuerdan con él. Si la Biblia habla del velo, no me importa que el clero romano también. Si la Escritura enseña sobre el milenio, no me importa que los Testigos de Jehová también. Lo que nos importa es lo que dice la Palabra de Dios.

La palabra cena viene del griego koine, que significa común, por ser la única comida del día que se tomaba en familia por la media tarde. Es una de las dos ordenanzas, junto con el bautismo, que Jesús instituyó para que la iglesia siguiera practicando y recordar y proclamar su muerte (1 Cor 11.24.25).
La última cena de Cristo fue en realidad la primera, y se celebró durante una fiesta que era la pascua. En los ejemplos que nos deja la iglesia primitiva se confunde la ceremonia de participar del pan y el vino con los ágapes que celebraban, que eran festividades donde todos los creyentes compartían sus alimentos. Dados los abusos cometidos en la iglesia de Corintio (1 Cor 11.17-20), pronto se fue dejando de lado la comida del ágape, y se fue reduciendo a la comunión del pan y el vino.
Cuando el Señor partió el pan (gr. artos), éste era un pan común y no sin leudar (gr. ázumos). Incluyó vino y no zumo de uva (Mt 26.26). Es así como debemos celebrar la mesa del Señor, conforme a lo que está escrito. Pero hay algo más ¿cómo ignorar lo que dice la Escritura "esto es mi cuerpo" y "esto es mi sangre" en Mateo? Lutero después de convertirse, nunca creyó en la transubstanciación, esa mentira del clero romano, sin embargo creía, como nosotros, que al realizarse la comunión tenía lugar una acción interna y divina por medio de este punto de contacto.
(Continua...)

martes, 22 de junio de 2010

DOCTRINA DEL APÓSTOL OTHONIEL RIOS PAREDES (Parte I)

En su famoso mensaje, "Yo vi el Apocalipsis", el hermano Otho afirmaba que los dos últimos y más grandes enemigos de la iglesia serían el legalismo y el ecumenismo, una advertencia que Dios le regalaba, más que a todas las iglesias, a la que el mismo apóstol Ríos cubría.
¿Quién guarda fielmente la doctrina del apóstol Otho? Es una pregunta que muchos se hacen el día de hoy, y creo que es muy dificil contestarla en su totalidad. Lo más sencillo para todos es analizar lo más importante de tal doctrina, precisamente las advertencias dejadas. Hay muchas de éstas, comentemos ahora al legalismo.
Legalismo es fariseismo, esclavitud ante tradiciones y doctrinas de hombres. "No tomes en tus manos, no pruebes, no toques" (Colosenses 2.21), es enseñar bonito y vivir feo; es ser doble cara, actor o "showman"; es fabricarse una imagen con música, conocimiento y títulos, pero sin obediencia; es saber sólo para obtener fama; es enarbolar una doctrina que no cambia y por tanto, que no sirve; es ser ministro grande en persona pequeña; es ser usado pero no ser salvo; es hablar de Cristo para poder robarse Su gloria; es tener como meta los lugares más importantes y los de honor; es consagrarse para un ministerio y no para el que le salvó; es dejar que nos llamen padre, líder o maestro; es recibir a los que se glorían y menospreciar a los que el Señor envía; es predicar Mateo 24 sin vivir el 23; es instruir acerca del fin del mundo sin profundizar en las bases de la gracia; es enseñar doctrinas que no cambian; es no enseñar que el único perfecto es Dios; es hablar mal de todos pero menos de uno; es blanquearnos por fuera sin reconocer que las tormentas nos despintan; es perdonar a los saules y matar a los davides; es usurpar la obra que le corresponde al Espíritu Santo; es tratar de limpiar a las personas de afuera hacia adentro; es juzgar por las apariencias; es pretender honrar a los justos del pasado rebelándonos a sus enseñanzas en el presente; es distraernos con el pecado de los demás; es alimentarnos con las faltas de otros para crecer nosotros; es presumir diciendo "yo nunca hubiera caído en eso"; es no reconocer que todos tenemos algo de Caín, Absalón y Judas; es no perdonar cuando decimos haber sido perdonados.

La mejor manera de honrar a la gracia es obedeciendo.
Othoniel Ríos Paredes

ELIEZER O JOSUÉ

No debemos impedir que entren a la iglesia hermanos de otras congregaciones, aunque de ninguna manera debemos hacer labor para traerlos.
La comparación la vemos entre el discipulado de Eliezer y el de Josué. Uno trabajó con una Rebeca madura quien ya conocía de Dios; el otro con niños que no tenían ninguna experiencia.
Si notamos, deben ser menos los que lleguen ya maduros a la iglesia, y deberían ser más los que nazcan y se desarrollen en nuestras congregaciones.
Rebeca era una sola, madura, diligente y comprometida a dar mucho más; pero los niños de Josué eran miles y miles, quienes crecieron en el desierto con el propósito ferreo de cruzar el Jordán para conquistar la tierra prometida.
Alguna vez escuché de un hermano pastor con una iglesia enorme, que afirmaba que el 90% de sus congregantes habían nacido allí con él, y únicamente el 10% venían de otros lugares. ¿No será que por comodidad y pereza estamos congregando sólo al diez porciento de la congregación que nos toca dirigir y el noventa está allá afuera esperando que los evangelicemos?
No vayamos pues por las Rebecas y dejemos que sea el Espíritu Santo quien las atraviese en nuestro camino. Pero lo que sí debemos hacer es ir por esos miles que están esperando nacer y desarrollarse en casa, gente que también estará dispuesta a creer a la palabra y realizar la voluntad de Dios cruzando el Jordán al tercer día, para tomar la tierra que Dios le ha prometido.

También entrarán en la tierra los niños que ustedes dijeron que serían botín de guerra. Y serán ellos los que gocen de la tierra que ustedes rechazaron. Números 14.31

lunes, 7 de junio de 2010

ENTRENADOS

Ellos le respondieron a Josué: Nosotros obedeceremos todo lo que nos has mandado, e iremos a donde quiera que nos envíes. Te obedeceremos en todo tal como lo hicimos con Moisés. Lo único que pedimos es que el Señor esté contigo como estuvo con Moisés. Josué 1.16-17

Si observas con cuidado te darás cuenta que crecer a la sombra de alguien tiene sus privilegios.
Eliezer, Josué e incluso los mismos apóstoles disfrutaron de cosas que sus entrenadores no pudieron ni siquiera ver.
Eliezer trabajó con la esposa de su Señor, Abraham no. Josué guió un pueblo que habría de cruzar el rió Jordan hacia la tierra prometida, Moisés no. Los apóstoles del Señor Jesucristo vieron la edificación de Su Iglesia, el Salvador no.
Cuando Moisés se despedía dijo: ¡Si fueron rebeldes contra el Señor mientras viví con ustedes, ¡Cuánto más lo serán después de mi muerte! (Dt 31.27), sin embargo no, no fueron rebeldes, pues fueron más obedientes que las personas con las que trabajó Moisés. Ni siquiera Moisés conocía el alcance que tenía el entrenamiento.
Moisés se amargó con el pueblo poque estaba acostumbrado a ver la perfecta santidad de Dios, que era su entrenador, y cuando volteaba a ver al pueblo se llenaba de frustración. Josué no se amargó, pues estaba acostumbrado a ver los errores de Moisés, su señor.
Nadie quiere trabajar con gente cananea, que en realidad no es de la familia de Abraham, mucho menos con personas que nos vayan a amargar y que además nos vayan a estorbar para no conocer la tierra prometida, pero si nos dejamos entrenar trabajaremos con la esposa de Cristo, con los que han de cruzar al tercer día hacía el Canaán celestial.