Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas. Mat 10:16 (LBLA)
Intro. La prudencia siempre ha sido una necesidad para la iglesia. La necesidad de saber "cómo" hacer con tal o cual situación es una constante en las consejerías del pueblo ante el pastor local. Por eso se hace necesario preparar un ejército para el Señor, con estrategias prontas, que en cualquier momento sepan qué hacer, no sólo para evangelizar, también para desarrollarnos de manera constante.
I.- ASTUCIA MALIGNA
La primera vez que aparece el término astucia es referente a la serpiente antigua o Satanás. La astucia aparece allí como inteligencia, malicia que pretende alcanzar un fin a toda costa o por cualquier medio. La astucia queda pues marcada con un estigma peyorativo, negativo, desde entonces. Es tal vez desde entonces cuando vemos la primera declaración de guerra.
La astucia se define como la habilidad para plantear estrategias, desde argumentales con el fin de convencer, o hasta militares con el fin de conquistar. Es bien difícil plantear una definición de astucia y aun de estrategia de guerra que no incluya una buena dosis del sentido del engaño en su conceptualización.
La Escritura marca leyes al pueblo de Dios, incluso para la guerra, pero la astucia maligna no respeta tales normas. Sus medios son llamados, con verdad, tramposos, pues su esencia es la mentira. La serpiente antigua es hoy el gran dragón, el padre de la mentira, porque es mentiroso desde el principio. Premeditación, alevosía y ventaja, fueron sus armas ante unos inocentes que no conocían la malicia. Nosotros no tenemos el nivel de inocencia que Adán y Eva tenían, conocemos el lenguaje cristiano y también el mundano. ¿Será esta un ventaja o una desventaja? Más bien creemos que para la guerra esta es una ventaja.
II.- ASTUCIA HUMANA
El exconsejero de David, Ahitofel, era conocido por su gran sabiduría, se decía que el que lo consultaba a él era como si preguntara a Dios (2 Samuel 16:23). Sin embargo esta afirmación se inscribe en un momento crítico para el rey David, donde Ahitofel se había convertido en su enemigo. Contra el rey se había levantado un gran oponente, con una astucia que que intimidaba al que era conforme al corazón de Jehová. Ahitofel, abuelo de Betsabé y seguramente muy allegado a Urías, no había perdonado lo que David había hecho a su nieta y había decidido cobrárselo en esta oportunidad. La venganza no es una muy buena motivación para dar consejería, pues puede llevarnos incluso a la muerte como pasó con Ahitofel (2 Samuel 17.23).
III.- GUERRA DE SERPIENTES
Todos los que necesitamos de estrategias para vencer en nuestras batallas debemos saber lo que dice el Señor: sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas. Si existe un tema importante para hablar de la guerra de las serpientes es el de la astucia. ¿Por qué usaría el Señor como símbolo de salvación o sanidad una serpiente? Sólo por una necesidad imprescindible y urgente. Nuestro trato con los semejantes requiere de esa sagacidad de la que a veces adolecemos. Y el Señor Jesús, más inocente que Adán, pero también más sabio que Ahitofel, nos insta a conseguir esa "astucia", no maligna, participar en esa guerra, no con forma de palomas solamente, ¡sino como serpientes de Dios! Como en la batalla de Janes y Jambres contra Moisés y Aarón, o como la guerra de las serpientes ardientes contra la serpiente de bronce. ¿Cómo hemos de llamar esta clase de astucia? ¿Hemos de imitar a la serpiente en cuanto a qué? ¿O hemos de redimir a las serpientes tomando la forma que estas tenían antes de que fueran malditas? ¿Serpiente voladora? (Isaías 14:29).
Lo que nosotros conocemos como astucia podríamos interpretarlo como estrategia, más que como prudencia, sobre todo cuando nuestra vida está en juego, como pasó con David durante varias etapas de su vida. Precisamente la maldición de la serpiente antigua describe su desventaja y la diferencia entre las dos astucias, una caída y la otra gloriosa, anterior a la maldición. No olvidemos que la astucia no era maligna en sí. La astucia o prudencia o sagacidad, estaba antes de que entrara el pecado. Era una virtud gloriosa, como todas las demás actitudes dentro del paraíso, ésta también era sin mancha. Antes de que la serpiente cayera, aun cuando este ser era glorioso (hablamos del animal, no de Satanás), la astucia no había sido trastocada. Antes que el pecado entrara en el huerto, la serpiente ya era el animal más inteligente.
La astucia caída es pues posterior a la astucia original. La caída se arrastra y come polvo. La astucia original se distingue entonces en que ni se arrastra, ni tiene como alimento lo terrenal. Es esta la que Dios quiere que utilicemos, una sagacidad que busque lo celestial y que se mueva por arriba, por sobre lo mundano (envidias, rivalidades, comparaciones, venganzas, resentimientos, celos, ambición personal, etc., Santiago 3:15-17). Que fluya en su elemento, el aire, el cielo, es decir, en la voluntad de Dios. Esa fue la sabiduría que libró a Moisés frente a Faraón; la que libró a David de Absalón y Ahitofel; la que sanó por gracia a todos los que veían la serpiente de bronce, la sabiduría que ninguno de los gobernantes de este siglo ha entendido, porque si la hubieran entendido no habrían crucificado al Señor de gloria (1 Corintios 2:8).