lunes, 25 de julio de 2011

ASTUCIA, ESTRATEGIA Y CONSEJOS

Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas. Mat 10:16 (LBLA)

Intro. La prudencia siempre ha sido una necesidad para la iglesia. La necesidad de saber "cómo" hacer con tal o cual situación es una constante en las consejerías del pueblo ante el pastor local. Por eso se hace necesario preparar un ejército para el Señor, con estrategias prontas, que en cualquier momento sepan qué hacer, no sólo para evangelizar, también para desarrollarnos de manera constante.

I.- ASTUCIA MALIGNA

La primera vez que aparece el término astucia es referente a la serpiente antigua o Satanás. La astucia aparece allí como inteligencia, malicia que pretende alcanzar un fin a toda costa o por cualquier medio. La astucia queda pues marcada con un estigma peyorativo, negativo, desde entonces. Es tal vez desde entonces cuando vemos la primera declaración de guerra.

La astucia se define como la habilidad para plantear estrategias, desde argumentales con el fin de convencer, o hasta militares con el fin de conquistar. Es bien difícil plantear una definición de astucia y aun de estrategia de guerra que no incluya una buena dosis del sentido del engaño en su conceptualización.

La Escritura marca leyes al pueblo de Dios, incluso para la guerra, pero la astucia maligna no respeta tales normas. Sus medios son llamados, con verdad, tramposos, pues su esencia es la mentira. La serpiente antigua es hoy el gran dragón, el padre de la mentira, porque es mentiroso desde el principio. Premeditación, alevosía y ventaja, fueron sus armas ante unos inocentes que no conocían la malicia. Nosotros no tenemos el nivel de inocencia que Adán y Eva tenían, conocemos el lenguaje cristiano y también el mundano. ¿Será esta un ventaja o una desventaja? Más bien creemos que para la guerra esta es una ventaja.

II.- ASTUCIA HUMANA

El exconsejero de David, Ahitofel, era conocido por su gran sabiduría, se decía que el que lo consultaba a él era como si preguntara a Dios (2 Samuel 16:23). Sin embargo esta afirmación se inscribe en un momento crítico para el rey David, donde Ahitofel se había convertido en su enemigo. Contra el rey se había levantado un gran oponente, con una astucia que que intimidaba al que era conforme al corazón de Jehová. Ahitofel, abuelo de Betsabé y seguramente muy allegado a Urías, no había perdonado lo que David había hecho a su nieta y había decidido cobrárselo en esta oportunidad. La venganza no es una muy buena motivación para dar consejería, pues puede llevarnos incluso a la muerte como pasó con Ahitofel (2 Samuel 17.23).

III.- GUERRA DE SERPIENTES

Todos los que necesitamos de estrategias para vencer en nuestras batallas debemos saber lo que dice el Señor: sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas. Si existe un tema importante para hablar de la guerra de las serpientes es el de la astucia. ¿Por qué usaría el Señor como símbolo de salvación o sanidad una serpiente? Sólo por una necesidad imprescindible y urgente. Nuestro trato con los semejantes requiere de esa sagacidad de la que a veces adolecemos. Y el Señor Jesús, más inocente que Adán, pero también más sabio que Ahitofel, nos insta a conseguir esa "astucia", no maligna, participar en esa guerra, no con forma de palomas solamente, ¡sino como serpientes de Dios! Como en la batalla de Janes y Jambres contra Moisés y Aarón, o como la guerra de las serpientes ardientes contra la serpiente de bronce. ¿Cómo hemos de llamar esta clase de astucia? ¿Hemos de imitar a la serpiente en cuanto a qué? ¿O hemos de redimir a las serpientes tomando la forma que estas tenían antes de que fueran malditas? ¿Serpiente voladora? (Isaías 14:29).

Lo que nosotros conocemos como astucia podríamos interpretarlo como estrategia, más que como prudencia, sobre todo cuando nuestra vida está en juego, como pasó con David durante varias etapas de su vida. Precisamente la maldición de la serpiente antigua describe su desventaja y la diferencia entre las dos astucias, una caída y la otra gloriosa, anterior a la maldición. No olvidemos que la astucia no era maligna en sí. La astucia o prudencia o sagacidad, estaba antes de que entrara el pecado. Era una virtud gloriosa, como todas las demás actitudes dentro del paraíso, ésta también era sin mancha. Antes de que la serpiente cayera, aun cuando este ser era glorioso (hablamos del animal, no de Satanás), la astucia no había sido trastocada. Antes que el pecado entrara en el huerto, la serpiente ya era el animal más inteligente.

La astucia caída es pues posterior a la astucia original. La caída se arrastra y come polvo. La astucia original se distingue entonces en que ni se arrastra, ni tiene como alimento lo terrenal. Es esta la que Dios quiere que utilicemos, una sagacidad que busque lo celestial y que se mueva por arriba, por sobre lo mundano (envidias, rivalidades, comparaciones, venganzas, resentimientos, celos, ambición personal, etc., Santiago 3:15-17). Que fluya en su elemento, el aire, el cielo, es decir, en la voluntad de Dios. Esa fue la sabiduría que libró a Moisés frente a Faraón; la que libró a David de Absalón y Ahitofel; la que sanó por gracia a todos los que veían la serpiente de bronce, la sabiduría que ninguno de los gobernantes de este siglo ha entendido, porque si la hubieran entendido no habrían crucificado al Señor de gloria (1 Corintios 2:8).

miércoles, 13 de julio de 2011

EL MANEJAR DE JEHÚ

El centinela informó de nuevo: Ya llegó el mensajero hasta ellos, pero a él tampoco lo veo regresar. Además, el que conduce el carro ha de ser Jehú hijo de Nimsi, pues lo hace como un loco. 2 Reyes 9.20 (NVI)


 

La forma de manejar un carro da cuenta de cómo somos cada uno de nosotros. El carro tiene hoy la misma función que en la antigüedad: el transporte. En la guerra este artefacto fue utilizado para superar al enemigo en velocidad y estrategia. Los carros de hierro eran famosos por sus logros en batalla. Estos, junto con los caballos que los jalaban, eran desestimados por el Señor Dios Todopoderoso. El carro y sus caballos son figura de la fuerza y orgullo del hombre. Desestimar estos ejércitos era sinónimo de fe en aquél que peleaba las batallas por su pueblo: Jehová de los ejércitos.

En la actualidad sigue el uso del carro o automóvil ya no con fines bélicos, sino que en su mayoría se usa como medio de transporte. El versículo leído también puede ser actual y tener un mensaje para nosotros hoy.

I.- DIFERENTES MANEJOS

Del grupo que venía hacia palacio había diferentes conductores en distintos carros. Esto significa que no hay sólo una forma de manejar, sino muchas y variadas. Hay quien cree que maneja bien, pero nunca le han dicho ni ha preguntado en qué consiste el buen manejo. Nunca ha hecho un examen o un curso de manejo, ni ha leído el reglamento de tránsito. Hay formas de manejo experimentadas y que hacen sentir seguridad a los conductores y a sus pasajeros, pero también existen formas de manejo que ocasionan accidentes y malos testimonios en las calles. Por eso es necesario estudiar este versículo.

II.- IDENTIFICA AL QUE MANEJA

Jehú acababa de ser ungido por el profeta Eliseo. Sin embargo su unción no afectó la forma en que manejaba. Aunque tenía un nuevo propósito en su vida, una nueva dirección, se dirigía a su meta a la manera de antes.

Ser diligente y servicial no quita lo ineficaz. Si somos mal hechos en lo que cooperamos no se nos tomará en cuenta como diligencia sino como estorbo. Si nos dirigimos hacia la meta trazada por Dios está bien, eso es el QUÉ, pero estará realmente bien hasta analizar el CÓMO nos dirigimos a ese objetivo.

Fueron identificables los que acompañaban a Jehú porque no manejaban como él a pesar de que no estaban ungidos.

La pregunta que Dios nos hace a todos los que conducimos un auto familiar o de trabajo es: ¿Puede haber un cambio en la forma de conducir un auto? Claro que sí. ¿El nuevo nacimiento o llenura del Espíritu debe cambiar nuestra forma de conducir? ¿Cómo nos considera la gente que viene en nuestro auto cuando vamos de prisa o en carretera? ¿Obedientes a la autoridad? ¿Respetuosos de nuestro prójimo? ¿Reflejamos novedad de vida?

III.- ALOCADAMENTE

Es maravilloso lo que un auto rápido puede hacer para leer nuestra alma. Autoanalicémonos, evaluemos nuestro conducir, comparémoslo con el que teníamos en el pasado. Mirémonos a través de nuestro auto como si fuera un escáner o un aparato de rayos x, que más que lo huesos puede ver el desarrollo espiritual en nuestro carácter. En efecto, a través del conducir podemos ver cuánto hemos cambiado. Tal vez lo hemos hecho sólo por fuera. Tal vez hemos dejado en el auto un reservado sólo para nosotros, bajo llave, una llave que ni siquiera el Señor nuestro tiene.

No nos damos cuenta que ese auto NO es un lugar secreto, oculto, donde podamos hacer lo que deseemos, transformándonos a voluntad, como si fuera un espacio propio o invisible. Más bien es todo lo contrario, es un lugar que revela nuestro interior, uno que nos desnuda no sólo delante de Dios, sino delante de los hombres, aún desde lejos.

Podemos ser considerados al volante como lentos, rápidos o furiosos. Como pendencieros, nerviosos o "mujeres". Como un fórmula uno, competitivo, que siempre quiere ir adelante, o simplemente como el amo de la carretera.

La forma alocada de conducir de Jehú, hablaba de alguien que quería llamar la atención más que de alguien que estaba fuera de sí. Su mente aunque lúcida y centrada en su propósito, era dominada por una pasión oculta que ante las riendas se desnudaba. Podría ser la pasión de un joven con juguete nuevo, como un adolescente en el auto de papá: sobresalir y llamar la atención, tal vez. Podría ser que no quería que sus amigos lo rebasaran y les iba impidiendo el paso a fin de ser durante todo el camino el primer lugar, tal vez. Podría ser que se encontrara en el Espíritu y eso ocasionaba que se le interpretara como a un loco, no. Todo menos eso. Pues la Escritura ya apuntaba que así manejaba él desde antes.

No cabe duda que este versículo ha sido dejado allí con un mensaje siempre actual. Ojalá que dejemos de considerar nuestro auto como un lugar reservado para nosotros, que no tengamos ningún refugio, ningún privado donde dejemos al Señor nuestro Dios fuera. Ojalá que nosotros sólo seamos lo choferes del amo, y así manejar con responsabilidad, o mejor aún, únicamente los copilotos y el Buen Pastor nuestro guía, quien dirija nuestra conducta en todo lugar.