lunes, 23 de mayo de 2011

¿Soy la Capilla Sixtina?

Más una obra de arte que un templo de adoración. Más un ejemplo de despilfarro, lujo y explotación que una morada para Dios. Lleno de obras magníficas, pero que en secreto conspiraban contra la religión y contra el mismo Papa. Más una imagen, una apariencia, algo superficial, una simulación que un verdadero testimonio del Evangelio.

La congregación es habitación de Dios. Me refiero a la congregación cristiana y llena del Espíritu Santo, donde hay gozo, revelación, ministración y cobertura. Algunos toman la iglesia como un refugio donde ya les es necesario llegar el domingo en la mañana cuando salen de su casa. Un refugio de donde no quieren salir cuando termina el servicio dominical, porque es, no un símbolo solamente, sino un lugar donde de manera literal, por el Espíritu, siente la presencia de Dios, su paz y su amor. La iglesia es un buen ejemplo de cómo debe ser Templo nuestra propia vida y familia.

Nosotros somos casa de Dios, templo del Espíritu Santo. No deberíamos de dejar la presencia de Dios en nuestra congregación. Deberíamos sentir esa paz y ese gozo también en nuestro hogar, esa algarabía y esa fe dentro de nuestra familia. Pero ¿por qué no pasa? ¿Por qué a veces sufrimos en nuestra casa, donde lo único que nos une es el techo, o la obligación de darle de comer a los hijos? Esta realidad convierte nuestro culto en la congregación en una ficción pública, un simulacro cuando nos preguntan -¿Cómo han estado? Y nosotros respondemos: – ¡De gloria en gloria! Pero no es cierto.

El puente entre el ejemplo congregacional y la bendición en el hogar es nuestra vida como individuos. Si no somos capaces de llevar la presencia de Dios sobre nuestros hombros como dice la palabra de Dios, no sentiremos lo mismo en nuestro hogar como en la iglesia (1 Crónicas 15:15). Los levitas y no los bueyes deben de llevar la carga y no ir comodinos. Somos nosotros los que nos tenemos que cargar, en-cargarnos de esa tarea, responsabilizarnos primeramente de ser tabernáculos móviles que llevan a Dios de un lado a otro. No necesitar en la calle, trabajo o casa de equipo de alabanza, predicador o multitudes para creer que Dios está con nosotros.

El objetivo de nuestra vida es ser llenos de Dios. Para eso estamos aquí en la tierra. Es impresionante cómo un hato de cerdos prefirió la muerte antes que vivir llenos de demonios. Nosotros que ya somos creyentes deberíamos preferir la obediencia y hombros con callosidad antes que vivir sin Dios. Así como un templo no tiene sentido sin la presencia divina, tampoco una familia, ni un matrimonio, ni siquiera la vida de un individuo tiene sentido si no es para dejar que Dios habite en él.